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miércoles, 30 de septiembre de 2009

Sólo recuerdos


Cuandó bajé del taxi el corazón se me encojió. Hacía diez años que no ponía un pie en aquel barrio, y la visión de lo que se había convertido me hizo tener ganas de vomitar. ¿Qué había sucedido allí?
Cuando yo me fui las calles estaban llenas de flores, con niños correteando de lado a lado, jugando divertidos entre las gentes que caminaban hacia el parque o a hacer la compra. Ahora sólo unas pocas personas pisaban su asfalto, personas que me miraban curiosas y que era incapaz de reconocer. La pintura de las casas estaba desconchada, la mayoría de los negocios cerrados y las flores completamente muertas.
Centrándome en lo que había ido a hacer e intentando obviar en gran medida lo que me rodeaba, conseguí reprimir el impulso de dar media vuelta y volver a casa y comencé a caminar calle abajo.
Hacia allí vivía él. Alguien a quien me había visto obligada a dejar diez años atrás por razones que yo no pude controlar. Nos habíamos prometido encontrarnos allí en cuanto nos fuera posible, no importaba el tiempo que pasara. Él siempre estaría sentado al atardecer en la silla del porche, esperándome, por si aparecía por el horizonte.
Pero cuando llegué allí no fui capaz de reprimir las las lágrimas. La casa que siempre había amado y añorado estaba medio derruída. Lo que quedaba de las paredes estaba sucio, los cristales de las ventanas rotos y la parte del porche que había caído al suelo bloqueaba la puerta. Pero había algo que no había cambiado. Allí seguía el sillón en el que a él le gustaba sentarse, aunque algo roto y desvaído. Pero aquello no importaba.
Atravesé la hirba increíblemente alta del jardín y me dirigí hacia aquel sueño. Tomé asiento sin importarme lo que pudiera haber y lloré amargamente. Lloré hasta que algo captó mi atención. En el suelo, junto al sillón, había una foto. Estaba descolorida y algo rota por el paso del tiempo, pero la reconocí de inmediato. Era la foto que nos habíamos hecho antes de que yo partiera.
Con nuevas lágrimas me levanté de mi asiento, me abrí paso como pude y entré en la casa. Con todo el poder de mis pulmones comencé a llamarle una y otra vez. Contra más me desgarrase la garganta mejor. Tenía que oírme. Pero todo era inútil. Allí ya no había nada.

1 comentario:

TwinGirls dijo...

Hi!^^
me ha parecido precioso... escribes genial!
creo que a partir de ahora me pasaré de vez en cuando por aquí =D
un beso!
/mer

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